29.3.11

-“Tú eres guapo y yo un poco putilla, así que ¿cómo resistirme?"

Dejemos las cosas claras, Bremen era estúpida, inteligentemente estúpida podría decirse, y una cabrona de cuidado. Era una de esas chicas de donde las dan las toman (y no sabes lo que vas a sufrir en el proceso), pero no era romántica. No le pegaba. Como tampoco le pegaba Rembrandt, es más, lo odiaba, hasta la médula. Pero como tantas otras cosas, lo soportaba a regañadientes, con recelo y desconfianza, como a las plagas.

Quizá por eso el día que lo conoció le cayó mal al instante. Y la cosa fue más o menos así:

Bremen levantó su vaso lleno de una bebida transparente y desconocida y se lo bebió de un trago, casi sin inmutarse, sin pestañear, hasta el fondo. Disimulando, siempre disimulando. Haciéndose la dura, seguro. Y cuando alguien arrastró la silla que había a su lado en la barra, provocando un sonido chirriante, tampoco se inmutó, ni siquiera lo miró de reojo para ver de quién se trataba.

-Hola.

Se giró y vio a un chico subido al taburete, rubio y con el pelo desordenado, con los ojos más grises que una tormenta perfecta, con la ropa cara perfectamente planchada, de unos veinte años seguramente. Y lo único que se le vino a la cabeza fue pensar: Un gilipollas, de todo el maldito bar me ha tocado el gilipollas.

-¿Cómo te llamas?

Y encima pesado.

-Aurora.

-Eso no es lo que dice tu llavero, Bremen.

Frunció el ceño, maldito llavero traidor.

-¿No? No te fíes de los llaveros, son unos mentirosos.

-¿Qué bebes?

Digamos que Bremen no era paciente, exactamente, ni en sus mejores momentos, y digamos también que aquel no había sido su día, ni su semana.

-Mira, Desconocido…

El chico sonrió mostrando una dentadura irritantemente perfecta.

-Rembrandt, me llamo Rembrandt.

-Me importa una mierda como te llames, quiero que me dejes en paz.

-No deberías hablar de esa manera, no es elegante y eres una señorita.

Y aquello ya fue el colmo. Bremen maldijo e insultó en voz alta y en todas las formas e idiomas que conocía, que eran muchos. Pero Rembrandt ni se inmutó, no se le movió ni un pelo, y continuó con aquella sonrisa estúpida esculpida en la cara, como dándole a entender que aquellas rabietas de niñata de tres al cuarto le resbalaban.

Más tarde Bremen diría que no le soltó todo lo que se le había pasado por la cabeza porque sabía que Rembrandt era una nenaza y se escandalizaría. Pero en confianza, aquella noche necesitaba a alguien al lado que no la dejara sola con ella misma, aunque sólo fuera para insultarlo y utilizarlo de parachoques. Por eso, cuando pasaron varios minutos, le preguntó a regañadientes.

-¿Tú qué crees que estoy bebiendo?

-¿Absenta?

Y se dio a ella misma la satisfacción de responder:

-Error. Es agua.

Bremen era una “persona” que no quería ser adulta, que no quería ser especial, que no quería ser romántica, que no quería ser tierna, que no quería ser buena… Pero lo era.

Y no sabéis la rabia que le daba eso.


5 comentarios:

  1. Si pudiéramos decidir que ser y que no ser, yo me pediría no ser tan susceptible a veces.
    Y Bremen me cae bien, pero te contaré un secreto: Rembrandt me cae aun mejor.

    ResponderEliminar
  2. Ambos me agradan bastante. Y aunque se diga que no, yo creo que si pegan.

    ResponderEliminar
  3. (Pregunta, ¿"persona" entre comillas? ¿No es persona o deja de serlo? Hm...)

    Bremen. (Buash. El nombre es genial >//<)

    ResponderEliminar
  4. Lo de las comillas es como un "Persona, pero...", un pero como una casa. Porque lo que más le gustaría a Bremen es no ser persona, se quedaría en las comillas xD

    ResponderEliminar
  5. Me he enamorado de Bremen y Rembrandt. Ha sido por lo del agua. En serio, es que Bremen tiene cada pincelada de "oh, qué real es" que me deja de piedra.

    ResponderEliminar