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"No menos que saber, dudar me gusta más."

Fuente: Infierno, Canto XI, sentencia 93

-¡Oh! ¿A quién tenemos aquí? ¡Pero si es la pequeña Dan, que se digna a dejarse ver por estos lares!

-¡Suéltame, Fred, que me ahogas so bruto!

La chica se escabulló de debajo del brazo del hombre y se dirigió a la barra como si fuera su mejor amiga y a la única que quería ver en ese momento.

-Whiskey, doble, por favor.

Los dos hombres se quedaron mirándola mientras apuraba de un trago el vaso y pedía otro. Y arquearon la ceja al mismo tiempo, como si lo tuvieran sincronizado, cuando no mucho después al segundo le sucedió el tercero. Entonces J., cuando se aseguró que ni una grúa podría mover a Dante del taburete ni despegarla de la botella de whiskey que acababa de agenciarse, se volvió hacia Fred y lo apuñaló con la mirada, a bocajarro, sin sutilezas, como si te atropellara un tranvía llamado Peligro.

-Dante a secas para ti. Ni Dan, ni pequeña Dan, ni leches.

Fred arqueó la ceja de nuevo, y esta vez casi pareció llegar al nacimiento del pelo, mientras una sonrisita asomaba en su boca.

-Vaya, irlandés.

-¿Vaya qué?

-Nada solo “vaya” a secas, ¿no te ha parecido eso?

J. lanzó un gruñido y metió las manos en los bolsillos de su vieja cazadora de cuero raída.

-No es lo que te imaginas, idiota. Es su nombre. Su nombre es una maldita declaración de intenciones.

-¿Ah, sí? Explícame eso, ¿quieres?

-Puede hacer de tu vida una Divina Comedia o un Infierno.

Fred se carcajeó a gusto de él y le palmeó la espalda hasta hacer que casi cayera de bruces.

-Y tú prefieres un infierno con ella, ¿no, irlandés?

¿Quién demonios era Dante?

Los que más se lo preguntaban no pasaban del primer signo de interrogación.