20.8.11

Triste, pero cierto

En el tocadiscos sonaba Elvis, cómo no, tratándose de un bar de mala muerte de las afueras de Memphis, donde aún creían en la monarquía absoluta del rey de rock, y lo más moderno del repertorio era Bruce Springsteen.

-Otro whisky, por favor.

El camarero, un cincuentón entrado en carnes que estaba limpiando la barra, enarcó levemente una ceja y sin rechistar cogió el Jack Daniel’s y se lo sirvió en un vaso más sucio que limpio.

-Usted no es de por aquí, ¿verdad, chico?

-No.

Se quedó esperando a que continuara.

-¿Yankee, quizá? No acabo de ubicar su acento.

Se quedó esperando, el chico le dio un sorbo al whisky y dejó que este le quemara la garganta y le calentara el estómago.

-No tengo acento.

-No será canadiense, ¿verdad?

-No.

En el fondo de la sala, un grupo de hombres jugaba al billar y fumaba puros, soltando tacos cada vez que la bola no hacía correctamente su trabajo. Y en la otra esquina del local, una pareja se daba el lote en una de las mesas, ajenos a todo lo demás.

El camarero no le quitaba la vista de encima.

-¿Estás huyendo de algo, chico? ¿Te persigue la policía?

-¿Le pregunta eso a todos sus clientes?

El hombre se rió por lo bajo y se sacó un cigarrillo del bolsillo trasero del pantalón.

-Sólo a los que tienen cara de huir de algo.

El chico asintió, como aceptando aquellas palabras.

-Huyo de algo que se empeña en no perseguirme.

-¿Una mujer?

Por la cara que se le escapó al chico el camarero juró entre dientes mientras buscaba un mechero.

-¿No eres un poco joven para eso? ¿Cuántos años tienes, veintidós, veintitrés?

-Veintidós.

-¿Y qué pasó, se fue con otro?

El chico balanceó el whisky en el vaso y lo miró fijamente, como si estuviera recordando algo que solo se podía teñir del color ambarino de la bebida.

-Murió.

El camarero se llevó el cigarrillo, ya encendido, a los labios, y tomó una calada lentamente, mirando a los hombres que jugaban al billar.

-Lo siento mucho, chico. ¿Un accidente?

Lo llamaremos Delaware, ya que lo único que sabemos de él es que se dirigía hacia allí y que viajaba en un viejo cadillac del 86. Delaware apuró el vaso hasta la última gota, lanzó unas monedas encima de la barra, y antes de salir por la puerta se oyó:

-No, la maté yo.

5 comentarios:

  1. Eso me gusta: matar a alguien y luego huir como si nunca hubiese pasado o, por el contrario, renegar del propio hecho y que sólo quede la esperanza de que esa persona vuelva a respirar.
    Demasiado joven para vivir tan rápido.

    Excelente historia.

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  2. Supongo que nunca se es demasiado joven para ser un cabrón.

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  3. No sé si coincido del todo con Zima, hay algo en su forma de actuar, o en la forma en que describes sus movimientos que me hacen pensar que hay más historia detrás de ese 'la maté yo'.
    No sé si tienes pensado continuarla de alguna forma, o si no es más que un relato, pero me gustaría mucho que hicieras un segundo relatito, me ha llenado el corazón de pena el balanceo del whisky, no sé, lo harías? :3

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  4. Elvis Presley, Jack Daniel's, Bruce Springsteen, Cadillac; son palabras que me gustan mucho.
    Y que bueno, chica, tu forma de esribir es alucinante, los personajes me arrastran (nos arrastran), ¿sabes?
    Saludos :)

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  5. Yo apoyo la moción de la historia que se esconde detrás de esa confesión. (Que no sé si soy la única, pero querría leer). Y, ante la historia, ante la confesión y ante el extraño aire que envuelve a Delaware, me quedo con su nombre y su predilección por el whisky. Terminó de conquistarme.

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