22.4.12


Mae Western se arrepintió de haber muerto cinco minutos después de haberse matado.

El primer minuto lo dedicó a la Sorpresa, a admirarse por un momento a sí misma. Dijo que lo haría y lo había hecho. ¡Já! Chúpate esa, psicólogo de pacotilla. Le había dicho a aquel hombre que necesitaba urgentemente un implante capilar que si volvía a decirle que sufría de déficit de atención y que cuando estaba triste se volvía autodestructiva se suicidaría. Haciendo oídos sordos a su advertencia, él se lo había vuelto a decir, y  ella, en consecuencia y siempre fiel a sus palabras, se había suicidado.

El segundo minuto lo perdió en la contemplación de la vida que acababa de dejar atrás. Había vivido rápido, muerto joven, y ahora, como podía ver, era un bonito cadáver. Había seguido sus máximas a rajatabla, la de “Aléjate de los idiotas” no siempre la había conseguido porque los idiotas eran como los camaleones, pero la de “Hagas lo que hagas ponte bragas” la había cumplido siempre en las circunstancias que fueran, y había habido circunstancias de sobra. En sus veintidós años de vida había provocado más escándalos de los que podía recordar, muchos más de los que podía contar, hasta conseguir que el mundo la odiara o la amara según el pie con el que se levantara aquel día. Había hecho de todo, dicho de todo, y ahora, como era de las pocas cosas que le faltaba por hacer, estaba fiambre.

El tercer minuto fue en el que las cosas empezaron a torcerse un poco, no mucho, solo un ligero desvío. Algo había salido mal, terriblemente mal, porque ella seguía en Este Lado, en su habitación para ser exactos, no en su cuerpo, que yacía debajo de ella desmadejado, roto, exactamente donde lo había dejado después de tomar la sobredosis de pastillas que le había birlado a su madrastra. En realidad la escena era perfecta, así la había planeado, al fin y al cabo, muy a lo Marilyn Monroe, muy a lo cine de los 60. Pero no había habido luz al final del túnel para ella, ni una mujer vestida de blanco que la había cogido de la mano con una sonrisa dulce en el rostro, ni ningún esqueleto con una guadaña. Nada. Por lo visto, no había final feliz para Mae Western. Se lo imaginaba.

El cuarto minuto cundió el pánico. Era un bonito cadáver y por lo que podía deducir por su nueva habilidad para levitar y para atravesar cosas, ya fueran muebles, inmuebles, personas, minerales, vegetales… se había convertido en un bonito fantasma. Esperad un segundo, rebobinemos, ¿un fantasma? ¿Mae se había convertido en un fantasma? ¿Cómo los de Sobrenatural? Lo pensó durante unos segundos, lo sopesó, hizo una balanza con los pros y los contras de aquella extraña situación en la que no había pensado ni por un segundo cuando se embutió por la garganta todas aquellas pastillitas de la felicidad, y a lo mejor, solo a lo mejor, ser un fantasma tampoco estuviera tan mal, no si, por ejemplo, los Winchester iban a hacerle una visita. Aunque posiblemente aquello fuera pedir demasiado.

Había sido una valiente cabrona en vida, ¿quién decía que no podía mantener aquel estatus que se había ganado a pulso también en su muerte? Si el mundo quería continuar teniéndola allí, ya fuera en el estado corpóreo, o no corpóreo, que fuera, sería a su puñetera manera. Ella pondría las reglas.

El quinto minuto Mae lo perdió maldiciéndose a sí misma como nunca antes había maldecido al mundo, pero claro, nunca antes había estado muerta, ni mucho menos, ni por asomo, ni de coña. Si hubiera podido habría estrellado todo lo que cayera en sus manos contra la pared, habría cerrado todas las puertas del planeta de un portazo, habría gritado barbaridades e insultos hasta desgañitarse, pero como por ahora la telequinesia no contaba entre sus recién adquiridas habilidades fantasmales, se limitó a levitar de un lado a otro frunciendo el ceño y gritando cosas que seguramente nadie era capaz de oír.

Nadie, excepto la figura con camisa hawaiana que esperaba pacientemente junto a la puerta, contemplando el espectáculo que ofrecía Mae.

Sexto minuto.

-¿Quién coño eres tú?

-Me llamo Joe, y soy tu Muerte.

Touché.

6 comentarios:

  1. Definición de "menuda pasada": el texto de arriba.
    Genial. Me gusta la forma en que está contando y como ella se va dando cuenta de lo que ha hecho (y que lo haya hecho por darle en las narices a su psicólogo xD)

    Me gusta especialmente este momento: "pero claro, nunca antes había estado muerta, ni mucho menos, ni por asomo, ni de coña". Y, evidentemente, cuando ve a su Muerte, Joe.

    (Y he pensado en Supernatural también. Para qué engañarnos. Y solo por eso aún me gusta mucho más.)

    ResponderEliminar
  2. Pues es una forma de ver la muerte muy... ácida. Qué humor negro empapan estas líneas, oye. Me ha gustado muchísimo, siempre he preferido leer historias sobre la (posible) vida después de la muerte. Los fantasmas y demás cosas así.
    Una que quiere saber cómo sigue la cosa.

    ¡Un saludo!

    ResponderEliminar
  3. Joder, Joe, no te des tanta prisa en aparecer. Nada más ni nada menos que seis minutos, ya te vale. Empiezo a entender por qué los Winchester tienen tanta faena, si llevarse a los fantasmas de aquí depende de funcionarios tan inútiles como tú.

    PD: el comentario original era un "Eh, yo quiero leer esto."

    ResponderEliminar
  4. El simple hecho de imaginarme a la muerte con camisa hawaiana a borrado de mi mente cualquier comentario relativamente inteligente que pudiera haber hecho. De todas formas puedo decir que me gusto mucho.

    Dani The Copycat

    ResponderEliminar
  5. Espero que mi Muerte tengas las mismas pintas.

    ResponderEliminar
  6. Llevaba tiempo sin leerte... No has perdido el toque ;)

    ResponderEliminar