27.6.12

Yo soy yo y todos mis monstruos.


“No te hacen falta monstruos, Salem, los creas tú sola.”

Salem Moore tenía más monstruos de los que pensaba, muchos más de los que nadie se imaginaba. Habían dejado de esconderse debajo de su cama, dentro del armario, al final de un pasillo oscuro, para esconderse en un lugar mucho más escurridizo y escalofriante, mucho más adentro, un lugar del que no podía protegerse escondiéndose debajo de una sábana, o cerrando los ojos y repitiéndose a sí misma mil veces que no eran reales, que no existían. Que no estaban ahí, porque estaban. Y ni siquiera podía hacerles frente con su palo de hockey firmado.

Así que a grandes males, grandes remedios. Salem Moore les había puesto nombres. Unos imponentes, otros adorables, otros nombres los había cogido prestados sin pedir permiso ni solicitar perdón. Y los había hecho suyos, los nombres, los monstruos.

-Eres… eres monstruosa.

Salem no estaba para que le contaran verdades, la verdad, así que sonrió con una sonrisa que se dejó arrastrar hasta una comisura, y se quedó ahí, colgando, un poco más como una mueca que como una sonrisa propiamente dicha.

Pues también tienes razón, amigo.

Porque allí donde huyera estaba ella, y con ella, sus monstruos.
Porque en realidad, desde el principio, desde siempre, nunca había habido más monstruo que ella.

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