8.11.10

Canalla

-Se tarda toda una vida en aprender a morir, nena. Y puedo asegurarte que nadie quiere llegar a eso, pero supongo que nos consolamos pensando que nos echarán de menos.

Eso fue lo que me dijo mi abuelo uno de esos días… uno de esos que le tocan a uno cada día.

No sé porqué me acaba de venir a la cabeza, supongo que porque últimamente está tan llena de aire y de nada en particular, que por algún sitio tenía que hacer acto de aparición ese olvido que siempre se acuerda de resucitar.

Me dijo eso cuando aún no hacía un mes de la muerte de mis padres, un mes en el que mi mundo, lleno hasta el momento de todos inmensos, me hizo llorar más nadas de las que creía que era capaz de llorar una persona en toda su vida.
Aunque claro, eso fue antes de las Cenizas, cuando lo improbable se hizo posible, y lo arrastró todo consigo, dejándonos en carne viva, robando más alientos de los que se pueden contar.
Pero ya hablaremos más adelante de eso, esperad solo un poco más.

Tenía los ojos plateados, como espejos (no se le escapaba ni una), y fumaba en pipa, como Sherlock Holmes, fumaba más que un carretero. Y le gustaba decir esa clase de cosas, de esas que si las piensas mucho acaba por darte un dolor de cabeza de tres pares de cojones. Aunque tenía una voz que parecía hecha de rimas y coñac, de esas que gotea hasta tus oídos, y que no te cansarías de escuchar nunca.
Oh sí, ese era él, el gran Klauss Dempsey, tan grande como una montaña, pero más tierno que un gatito, y con una risa que parecía un terremoto.
Fue el único que recogió todos los pedazos en los que me había convertido y los volvió a montar con tanto cuidado que subió todos los escalones de mi destrozado corazón, consiguiendo abrir las cuatrocientas puertas detrás de las que me escondía.
Era la persona que más quería en el mundo.

¡Wuuf!

Me giré de golpe, sorprendida, con el corazón en la boca y una maldición en la punta de la lengua que no tardó en escaparse.

-¡Me cago en la puta!

Él estaba allí, y era más feo que un pecado.
Era el chucho más sarnoso que había visto en mi vida. Parecía hecho de retales, y no ser de ninguna raza en particular, sino de todas a la vez. Encima tenía los ojos plateados más antinaturales del mundo, y era de todos los colores habidos y por haber. Una mezcla de otoño, invierno, verano y primavera.
Daba repelús.

-Me has dado un buen susto, canalla.

Se acercó un poco a donde estaba sentada, arrastrando el vientre por el polvoriento suelo, y observándome con aquellos ojos llenos de recelo y algo que llegué a la acertada conclusión de que era un hambre canina, nunca mejor dicho. Miré el resto de mi bocadillo con resignación, y antes de arrepentirme le di las salchichas al perro, que las devoró en un visto y no visto.
Después volvió a mirarme, y seguro que pensaba se había topado con la humana más tacaña en un kilómetro a la redonda.

-Aguántate, ya no queda más y encima te has terminado mi cena, sinvergüenza.

-¡Woof!

-Ni woof ni leches, lárgate.

Pero se quedó allí, con la lengua colgándole entre los dientes, y una mirada tan deshonesta que me desarmó, parecía decir algo así como: “Voy a quedarme contigo, figura”.
Qué le íbamos a hacer.

-Bueno, si piensas quedarte conmigo tendremos que hacer una presentación como dios manda, ¿no?

El perro movió el rabo y yo lo tomé como un: “Vale, tú di todo lo que tengas que decir que yo ya haré lo que me dé la gana”, si mi interpretación canina no se equivocaba.

-Robin Dempsey, encantada de conocerte.- dije extendiendo la mano y obteniendo un lametón a cambio. Eso me pasaba por hacerme la simpática con un chucho desconsiderado y sin modales.- Y tú tienes pinta de llamarte Canalla, ¿no te parece?

-Woof.

Qué difícil era hablar con alguien que te comprendía.

-No, lo siento, Woof no puede ser, demasiado vulgar. Canalla tiene mucho más glamour, y esto no es ninguna democracia, por si aún no te habías dado cuenta.

Canalla me miró y bostezó, acostándose después a mi lado y transmitiéndome un agradable calorcillo que al cabo de cinco minutos terminó por amodorrarme. Le acaricié un poco y con precaución, y decidí que lo primero que había que hacer al día siguiente era bañar al chucho si no quería morirme de una enfermedad desconocida.

El perro ronroneó y se puso a roncar.
Y un segundo antes de dormirme, en lo único que pude pensar fue en que era la primera vez desde lo que pasó, que no sentía que la noche se estaba encuerando solo para verme volverme loca perdida.

5 comentarios:

  1. Canalla es sin duda mejor que Woof, porque es un buen nombre para un perro. Y el Abuelo tiene pinta de saber lo que se dice.
    O eso, o a mí me ha dejado pensando con esa frase suya.

    Los nadas y los todos también han hecho una frase que me gusta mucho.

    ResponderEliminar
  2. Mierda, me encantan los perros >//<
    Y el abuelo de Robin también vale su peso en oro, me ha encantado :)

    ResponderEliminar
  3. "El perro movió el rabo y yo lo tomé como un: “Vale, tú di todo lo que tengas que decir que yo ya haré lo que me dé la gana” "
    Acabo de enamorarme. Me encanta como escribes(:

    ResponderEliminar
  4. "-Se tarda toda una vida en aprender a morir, nena. Y puedo asegurarte que nadie quiere llegar a eso, pero supongo que nos consolamos pensando que nos echarán de menos."

    Yo aquí diría "¡qué marchoso el abuelo!". Y eso conlleva a preguntarme si aparecerá más veces. Porque... bueno. Parece un personaje especial, de los de grandes citas y entretenidas tardes *_* (qué por cierto. Qué de citas más peculiares y buenas he visto en la entrada, awawa >///////<)

    PD. Ole por el nombre del perro *w*

    ResponderEliminar
  5. El abuelo es de los que valen tanto que da hasta miedo. Tiene tanta razón en lo que dice, tiene pinta de ser tan... suyo, que me encanta.
    Y Canalla me encanta. Tengo una absurda obsesión con los animales desamparados. Y con los perros, claro.

    ResponderEliminar