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Sólo hizo falta una chispa. Y el mundo estalló en llamas.

¿Cuánto tiempo hace falta exactamente para que nada vuelva a ser igual? ¿Una hora, por lo menos? ¿Una semana? ¿Un siglo?
Yo os lo diré, con un segundo basta. Con solo un jodido segundo es más que suficiente para que te des cuenta de que el sol no sale detrás de tu culo, ni del de nadie.

Con solo una chispa se terminó el mundo, ¿y sabéis qué es lo único que dejó como recuerdo de que alguna vez había existido?
Cenizas. Miraras por donde miraras, fueras a donde fueras, solo había cenizas. Nada más. Por todas partes.

Ni siquiera nos dejaron estrellas para poder soñar.

¿Y qué se supone que se debe hacer cuando no sabes qué mierda hacer? Pues también os lo diré yo, ya que por aquí no hay nadie más que quiera abrir la boca. Huir chavales, hasta la siguiente carretera, hasta la próxima vida, adelantándote al tiempo, que no es más que otro maldito cobarde que corre mucho más rápido que tú.
Y si tienes suerte, al final de la carretera te estará esperando algo. Porque tiene que haber algo, joder, uno no pasa por todas estas cosas para que después no pase absolutamente nada, es… es insultante.

Pues bien, esta es mi historia. La historia de cómo Robin Dempsey sobrevivió al fin del mundo, y de lo que encontró al final de la carretera.