26.10.11

¡Me disparaste!

Entró en el bar con las prisas por corbata y el miedo en la nuca, como un tatuaje que dijera: “Estoy aquí, canallas. Pilladme.” Encontró a quien estaba buscando donde sabía que iba a encontrarlo, intentando ligar de manera lamentable y sin ningún éxito con una camarera que tenía unos ojazos de infarto, y que no le hacía ni caso.

Decidió utilizar la técnica conocida como “El cangrejo” que implica ir avanzando en zigzag hasta el objetivo, procurando que este no se dé cuenta y así pillarlo con la guardia baja, desarmado, y evitarse así huídas que acabarían con uno de los dos chorreando sangre. Y la lavadora se le había estropeado la semana pasada.

No funcionó.

Lou lo trincó al primer paso en zigzag, porque, o bien la camarera le había dado calabazas, que era lo más probable, o él tenía la sutilidad de un elefante en una cacharrería, que no era imposible.

Maldita sea. Se dejó de tonterías y técnicas, que nunca le habían funcionado, y finalmente, y porque no le quedaba otra opción, se decantó por el ataque directo.

Y rogar si hacía falta.

-¡Hombre, Lou, qué casualidad encontrarte por aquí, ¿no te parece?!

No, no acababa de parecerle.

Lou era un hombre que se creía atractivo y que la mayoría de las mujeres encontraban repulsivo, con su nariz destrozada por más puños de los que podía contar con todos los dedos de su cuerpo (su propio puño entre ellos), y unos pequeños ojos negros hundidos en las profundidades de su amorfo cráneo con forma de pelota de rugby.

Pero cantaba como nadie, conocía todos los trapos sucios de los peces gordos a este lado del Atlántico. Y si sabías apretarle bien las tuercas, que solían tener las suaves curvas de una prostituta, una buena caja de Whisky escocés, y algunos billetes de los grandes, era capaz de cantarte hasta una ópera.

-¿Qué quieres?

Phin levantó las manos y sacó de la chistera su mejor cara de monaguillo.

-Invitar a una copa a un viejo amigo. Nada más. Hay que ver lo desconfiado y tiquismiquis que te has vuelto, Lou, ni que fuera a volver a dispararte.

Lo acercó a una de las destartaladas mesas del centro del local y con una seña le pidió a la camarera dos cervezas.

-Y bien, Lou, ¿cómo te va la vida?

El hombrecillo se retorcía las manos y le echaba miradas ansiosas a la puerta del bar. Pobre desgraciado, pensó Phin en un arrebato de humanidad.

-Me va.

Se sacó un cigarrillo y jugueteó con él entre los dedos.

-Verás, Lou, antes no he sido del todo sincero contigo. Necesito que me hagas un favor.

-¡La última vez que me pediste un favor me disparaste!

Phin se encogió de hombros, quitándole importancia.

-Debí de apretar el gatillo sin querer.

-¡Me disparaste!

-¿Siempre tenemos que hablar de ti?

1 comentario:

  1. Va de gansters y pseudocantantes de ópera. Mola. Seguro que aquí alguien acaba muerto y entre estos dos la lían parda. El pequeño diálogo del final es mortal (¿quién no ha disparado a alguien sin querer? Hay que ver los afanes de protagonismo de Lou! xD)

    Me encanta cómo narras últimamente, tan relajado y tan de "tú, te voy a contar una historia".

    Zagh.

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