11.11.12

¡Gárgolas galopantes!


Los huesos de esta historia son un poco fríos, pero sin rusos en una parte y norteamericanos en la otra, son más bien como una hoja de ruta, como un mapa de carreteras. Siendo honestos, los huesos de esta historia son unos mentirosos, pero dijo una vez un bardo de no sé qué historia que las mejores mentiras de todas eran las que había contado la propia Historia sobre ella misma.

Ahora mismo los huesos de esta historia saben a rayos y a centellas, a ¡recórcholis!

Y mientras tanto, Inverness ponía todo su empeño, el que podía recoger y el que había robado de bolsillos mal vigilados y ajenos, en no pensar en huracanes bajo ningún concepto so pena de electrocutamiento.

El medidor de tormentas pitaba como un enajenado desatado en su mano, recordándole sin necesidad de hacerlo que aquella tormenta del diablo se las estaba haciendo pasar canutas, que quién se creían que eran para intentar atraparla. Eso. Quién.

¿Perseo? ¿Teseo? ¿Los argonautas? ¿Aquiles? ¿La mismísima Troya con todas sus Guerras?

-Soy solo yo, Inverness, ¿me recuerdas de la última Tormenta? Bien, pues juro por mi Game Boy Color que te voy a dar una soberana patada en ese culo meteorológico que tienes, asquerosa. – masculló, mordiendo con rabia cada palabra dicha con los labios apretados.

Casi, casi, podía oírla rugir en su oído en una banda sonora de altanería que a punto estuvo de dejarla sorda, burlándose de ella, riéndose con malignidad con la gracia de aquel gato que se llamaba Salem y que hablaba por los codos en calidad de representante de todos aquellos gatos que aún no se habían atrevido a alzar sus voces contra el acoso gatuno.

-¡Todo saldrá bien, ya casi la tenemos!- el que acaba de hablar es Hamelín, Ham para todo aquel que no quiera avergonzarlo públicamente porque bastante hizo su madre ya a ese propósito.

-Acabas… ¿acabas de colarme una mentira?

Sonaba casi hasta romántico, ¿verdad?

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