Salem subió lentamente las escaleras que conducían hasta el
ático de aquella casa que por el momento no tenía el menor reparo en considerar
suya, ya vería lo que consideraba en los próximos cinco minutos. Las subía
lentamente porque quería aplazar en la medida de lo posible lo que le esperaba
allí arriba, ya fueran preguntas, reproches o, y esto era lo que más temía,
penas.
Dejó dragones, unicornios, krakens, hipogrifos y demás
animales mitológicos más allá del primer escalón, como decisión propia y como
asignatura del Colegio Hogwarts de Magia y Hhechicería, ya pelearía con ellos
más adelante. Después. Quizá nunca. Ojalá.
Abrió la puerta y, como buena puerta de ático que era, se
desplazó con un chirrido que sonó a exorcismos, a zombis, a demonios, a chupacabras y a
asesinos en serie, tampoco había esperado otra cosa. Entró con un paso seguro
que no sentía y, situándose en el medio de la habitación, tomó aire y sonrió.
-Hola, chicos.
Los fantasmas se arrebujaron a su alrededor sin decir lo
obvio, que la habían echado mortalmente de menos, con un mortal muy literal.
Los había a docenas, a multitudes, a muchedumbres.
-¿Vienes de matar dragones y ahora quieres matar fantasmas?
Pues no parecía tan mala idea, la verdad.
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