5.7.13

¿Quién engañó a Roger Rabbit?

Alarido Jones, a las nueve de la mañana de ese caluroso 5 de julio, todavía no sabía que ese día en particular cambiaría su vida o, siendo un poco más específicos, su no vida. Alarido Jones era un amable cuarentón con una tendencia muy poco higiénica a sudar por encima de sus posibilidades y del que estuviera a su lado en ese momento, y con un vicio un tanto malsano por cualquier crucigrama que se encontrara en su campo de visión, a la distancia de la punta de un lápiz que siempre guardaba en el bolsillo delantero de la camisa que le había regalado su madre cuando cumplió los treinta y ocho años, mientras la mujer pensaba que ojalá su adorable pequeñín no perdiera más pelo o en vez de un hijo tendría una bola de billar parlante, igual de brillante y esférica.

Alarido Jones fantaseaba con completar con éxito el crucigrama de aquel día cuando desafortunadamente sintió unas manos en su espalda y casualmente lo atropelló un autobús. A eso nos referíamos con lo de su no vida, por si todavía quedaba alguna duda.

Alarido Jones era como fantasma igual que había sido como hombre. No dejó viuda ni huérfanos. Las personas que acudieron a su funeral fueron: su querida y sollozante madre; Rashid, un amigo de la infancia con el que había continuado jugando a videojuegos hasta el día anterior a su fallecimiento, por ese motivo seguramente no dejó viuda alguna ni tampoco ninguna novia filipina por internet llamada Cashmere; y la única persona que conocía la razón de que le llamaran Alarido Jones y no Eugene Fitzgerald Jones, que era como había sido bautizado por un pastor protestante.

La tercera y última persona que acudió al funeral de Eugene Fitzgerald Jones, más conocido como Alarido Jones, era su jefe, Bill Owens, líder de un fraudulento y poco transparente gimnasio situado en un barrio todavía más fraudulento si cabe, que era la tapadera a su vez de una empresa de vigilantes nocturnos. Allí fue donde Eugene Fitzgerald Jones se ganó su nombre a alarido limpio encima de un cuadrilátero de boxeo junto con una dentadura bastante maltrecha.

Y lo que Bill Owens se preguntaba mientras observaba el lento descenso del ataúd de Alarido Jones a ese lugar al que esperaba no llegar en mucho, mucho tiempo, y mientras por el rabillo del ojo veía como una chispa de lujuria y consuelo mutuo saltaba entre la madre del muerto y el mejor amigo del muerto, era quién coño había matado a Alarido Jones, y por qué.

Y si era el momento de llamar a Versalles  Murray.

Sí, sobre todo aquello.

2 comentarios:

  1. Quiero conocer a Versalles Murray y quiero conocerle ya de ya. Y, qué decir que me ha encantado esta entrada.

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  2. Ya quisieran muchos estar oxidados como tú. ¿Pero no lo había matado un autobús?
    Todos queremos conocer a Versalles Murray.

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