Alarido Jones, a las nueve de la mañana de ese caluroso 5 de
julio, todavía no sabía que ese día en particular cambiaría su vida o, siendo
un poco más específicos, su no vida. Alarido Jones era un amable cuarentón con
una tendencia muy poco higiénica a sudar por encima de sus posibilidades y del
que estuviera a su lado en ese momento, y con un vicio un tanto malsano por
cualquier crucigrama que se encontrara en su campo de visión, a la distancia de
la punta de un lápiz que siempre guardaba en el bolsillo delantero de la camisa
que le había regalado su madre cuando cumplió los treinta y ocho años, mientras
la mujer pensaba que ojalá su adorable pequeñín no perdiera más pelo o en vez
de un hijo tendría una bola de billar parlante, igual de brillante y esférica.
Alarido Jones fantaseaba con completar con éxito el
crucigrama de aquel día cuando desafortunadamente sintió unas manos en su espalda y casualmente lo atropelló un autobús. A
eso nos referíamos con lo de su no vida, por si todavía quedaba alguna duda.
Alarido Jones era como fantasma igual que había sido como
hombre. No dejó viuda ni huérfanos. Las personas que acudieron a su funeral
fueron: su querida y sollozante madre; Rashid, un amigo de la infancia con el
que había continuado jugando a videojuegos hasta el día anterior a su
fallecimiento, por ese motivo seguramente no dejó viuda alguna ni tampoco
ninguna novia filipina por internet llamada Cashmere; y la única persona que
conocía la razón de que le llamaran Alarido Jones y no Eugene Fitzgerald Jones,
que era como había sido bautizado por un pastor protestante.
La tercera y última persona que acudió al funeral de Eugene
Fitzgerald Jones, más conocido como Alarido Jones, era su jefe, Bill Owens,
líder de un fraudulento y poco transparente gimnasio situado en un barrio
todavía más fraudulento si cabe, que era la tapadera a su vez de una empresa de
vigilantes nocturnos. Allí fue donde Eugene Fitzgerald Jones se ganó su nombre
a alarido limpio encima de un cuadrilátero de boxeo junto con una dentadura
bastante maltrecha.
Y lo que Bill Owens se preguntaba mientras observaba el
lento descenso del ataúd de Alarido Jones a ese lugar al que esperaba no llegar
en mucho, mucho tiempo, y mientras por el rabillo del ojo veía como una chispa
de lujuria y consuelo mutuo saltaba entre la madre del muerto y el mejor amigo
del muerto, era quién coño había matado a Alarido Jones, y por qué.
Y si era el momento de llamar a Versalles Murray.
Sí, sobre todo aquello.
Quiero conocer a Versalles Murray y quiero conocerle ya de ya. Y, qué decir que me ha encantado esta entrada.
ResponderEliminarYa quisieran muchos estar oxidados como tú. ¿Pero no lo había matado un autobús?
ResponderEliminarTodos queremos conocer a Versalles Murray.