16.9.12

Presentando: Octubre Rojo


El bar al que siempre volvían los renegados no tenía nombre, ni ubicación fija, cambiaba cada semana, porque si bien las actividades que se planeaban y se practicaban allí no eran ilegales, vivían en el límite más fronterizo de la legalidad. Digamos que la rozaban con la punta de los dedos.

Algunos se encogían de hombros al escuchar esa definición, aquel límite no era un mal lugar para vivir, y era la única forma que se les ocurría para esquivar el aburrimiento como quien esquiva una bala que va directa al corazón.

El bar al que siempre volvían los renegados tenía, como bien constató Maine cuando puso los pies en él, el suelo más sucio, las paredes más cochambrosas, y los clientes más fraudulentos que se les podía pedir a un bar. Tal vez aquel fuera uno de los motivos por los que el lugar le encantó al primer vistazo y a la primera mueca asqueada que era un cruce entre el escalofrío, la adrenalina y el repelús.

Se acercó a la barra como quien se acerca a un banco con la intención de atracarlo, la mirada dura, la mandíbula apretada, y las ondas de su pelo presentándole una batalla eterna a la gravedad, esa perra, y Maine sabía por experiencia propia que no iba ganando.

-Dime, preciosa, ¿qué quieres tomar?

-Un whisky doble, y un asesinato.

Los Hijos del Frío que nacieron de aquel Octubre Rojo siempre pedían lo mismo, los muy canallas, pensó el camarero, y no tenían la paciencia suficiente para ver si el futuro cadáver respondía algo medianamente ingenioso, pero claro, no vivió lo suficiente como para decirlo en voz alta.

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